viernes, 17 de julio de 2009

Corazonada

Mientras más cerca estaba la taza de su labio, más fuerte era la sensación que algo fantástico ocurriría ese día. No había nada concreto en esa suposición, era simplemente una corazonada. Abrió el periódico y, rompiendo la rutina matinal, leyó primero el horóscopo y no la página deportiva. Como por arte de magia: “Algo importante sucederá hoy, querido Libra.”
Lleno de ánimo por la profecía, lavó el pocillo y se aventó los tres harapos que había preparado la noche anterior. Se dirigió al baño y cuando quiso prender la luz se dio cuenta que el foco estaba quemado. ¿Sería eso? No, el periódico dijo “importante”, y lo que sentía en las tripas era “importante”. Así que cambió el foco resuelto a descubrir qué episodio fantástico haría girar su vida.
Salió para el trabajo y se subió al Chama que pasaba raudo por ahí. Justo ese día, el micro iba vacío e impecablemente limpio. Podría ser perfectamente la limpieza del Chama lo que anunciaba el periódico. Pero una vez más, recordó la grandilocuencia del anuncio, y un micro en decente estado no era suficiente.
Llegó con una cara rara, como ido por el cotidiano. Todos se extrañaron al verlo así, envuelto en un vaho de revelación. Las burlas no se hicieron esperar una vez contado el motivo de su estado. ¿Cuándo es que campeona Perú el mundial? Las risas no lo molestaban, lo tomaba muy bien, al fin y al cabo, después de ese día todo iba a ser diferente.
Pasada la hora de almuerzo, escuchó la frase que esperaba oír. “El Jefe te llama.” Tomó aire profundamente, no podía mantener la sonrisa entre los labios, hasta sintió un pequeño estremecimiento surcando su espalda. Entró a la oficina como un niño esperando un caramelo o el juguete prometido. El Jefe lo mira por sobre los anteojos y con una leve inclinación de cabeza lo invita a sentarse. “¿Cuándo empezó en la compañía? Eh, en enero de hace siete años, Jefe. ¿Lo pregunta por algo? No, no, para llevar el registro, nada más. Gracias.” El horóscopo debía ser más serio que eso. Y ésa fue la primera vez que lo llamó el Jefe a la oficina. Más importante que eso, sería difícil.
Pero cayó la tarde sin mayor sobresalto. Guardó sus cosas en la mochila de tela, apagó las luces de neón blancas, dejando a un par de polillas revolotear en las tinieblas de su oficina, se despidió un poco triste pero a la vez entusiasmado, sabiendo que la cúspide de su día estaría en el trayecto de vuelta a casa, en el Chama.
Dio cada paso hacia el paradero como si fuera el último, como un mariscal dirigiéndose a saludar al enemigo, como un gladiador entrando a la arena. Se sube al primer Chama: el mismo de la mañana. Nunca antes había estado en un micro tan pulcro, casi inmaculado. Y dos veces en el mismo día. Rubén Blades entonaba “Pedro Navaja” en la estación. Pocas veces había coreado con tanto ánimo un estribillo: La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
Abre la puerta de su casa, deja sus cosas, prende la hornilla. Calienta el poco guiso de carne que quedaba al fondo de la olla mientras se estira sacudiéndose el cansancio. Cena, y con una ansiedad tranquila se acuesta. Era todavía temprano, pero sólo se recostó al lado del teléfono. Pasó un buen rato, una, dos, tres horas y se duerme. Nunca sonó el teléfono. Y se quedó dormido pensando en que a lo mejor lo anunciado había sido el episodio del micro, o quizá la llamada del Jefe, o hasta el foco quemado. O tal vez había sido abrir el periódico por el horóscopo.

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